Inmaculada Madre de Dios, Reina de los cielos, Madre de misericordia, abogada y refugio de los pecadores: me encuentro ante ti, iluminado y movido por la gracia que vuestra maternal benevolencia abundantemente me ha obtenido del Tesoro Divino, te doy mi corazón ahora y siempre en vuestras manos para que sea consagrado a Jesús.
A ti, oh Virgen santísima, te lo entrego, en presencia de todos los santos; tú, en mi nombre, consagradlo a Jesús; y por la filial confianza que os tengo, estoy seguro de que haréis ahora y siempre que mi corazón sea enteramente de Jesús, imitando perfectamente a los santos, especialmente a San José, vuestro purísimo esposo.
¡Virgen Santísima, que agradaste al Señor y fuiste su Madre; inmaculada en el cuerpo, en el alma, en la fe y en el amor!
Acoge las súplicas de los que, unidos a ti en un solo corazón, te pedimos las presentes ante el trono del Altísimo para que no caigamos nunca en las emboscadas que se nos preparan; para que todos lleguemos al puerto de salvación, y, entre tantos peligros, la Iglesia y la sociedad canten de nuevo el himno del rescate, de la victoria y de la paz.
¡Oh, Santa Madre Celestial! ¡Oh, Inmaculada Concepción! que abriste para el mundo la Fuente del Agua de Vida Curativa, que brota desde el Bendito Corazón de Jesús, disipa de nosotros todos los males que nos perturban, abre nuestros corazones a través de la Llama de Tu Inmaculado Corazón, perdona nuestras faltas y líbranos de los engaños del enemigo.
¡Oh, Santa Madre del Universo! quédate con nosotros, para que bajo Tu Amor Universal, podamos vivir en Cristo, Nuestro Señor, eternamente. Amén.
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